miércoles, 28 de noviembre de 2018

¿CUÁNDO EMPEZAMOS A MORIR?

Esa mañana de sábado me levanté pasadas las 11:00 am. Había tenido un viernes de mucho trabajo, estaba agotada.

Me bañé y llevé a mi hija donde una amiguita. Mientras esperaba que nos dejaran pasar al condominio, me di cuenta que tenía tres video-llamadas perdidas de mi amiga del alma Patirula, que vive en Miami.

Me puse contentísima de escucharla cuando pude hablar con ella, pero perdimos la conexión y no fue hasta que llegué a casa que pude retomar la llamada.

Conversamos un ratito, reconectamos con el video, y tras una breve pausa me dijo que debía darme malas noticias. Muy malas.

En sólo unos segundos pensé que una enfermedad terrible la aquejaba, en que algo podía estar sucediendo en su casa, en alguna muy mala pasada que no quiso contarme antes.

Pero su cara denotaba que no se trataba de ella... Pensé entonces en Sandy.

“¿Sandy?”, le pregunté.

“Se nos fue Sandy, amiga”, me respondió.

Sandy era nuestra amiga adorada. Éramos las tres amigas, de esas que cuesta encontrar, esas que comparten el mismo sentido del humor, de las que lloran con uno, las que alivianan la carga solo con verte a la cara.

Pati y Sandy habían llegado a Costa Rica con sus familias desde Venezuela y vivieron aquí más de siete años hasta que por distintas circunstancias se fueron a Miami y Venezuela respectivamente.

Poco tiempo después de regresar de haber regresado a Venezuela, me enteré que Sandy tenía cáncer. Un tipo muy extraño de tan desgraciada enfermedad que no estaba dándole tregua. Nos mantuvimos en contacto, hablamos y chateamos unas cuantas veces, pero conforme pasaba el tiempo era cada vez más difícil comunicarnos.

Pati y Sandy vivieron aquí en Costa Rica, en el mismo residencial que yo. Fue a través de nuestros hijos que creció nuestra relación. Dejamos de ser vecinas, para convertirnos en confidentes, cómplices y amigas de corazón.

Las tardes de verano estaban acompañadas siempre por un café en el parquecito del condominio, las de invierno por uno en cualquiera de las tres casas, sin mucho planearlo, en la confianza y espontaneidad que llegamos a adquirir con tan pocas personas en esta vida.

“¿Y que más amiga?”, me preguntaba siempre Sandy con una sonrisa tan inmensa como su corazón. Fueron aquellos años muy difíciles para mí emocionalmente hablando, de muchas pérdidas y tropezones, pero ahí estaban Sandy y Pati, siempre sosteniéndome.

Sandy era ‘petite’. Si salíamos me amenazaba dulcemente que no podía usar tacones porque iba a tener que hablarme viendo hacia arriba todo el tiempo...

Tenía unas manitas diminutas y temblorosas que yo solía tomar entre mis manos y le decía que eran de niña. Siempre se reía porque la molestaba de que era como era bajita y yo tan alta podía llevármela de llaverito... Y cuando nos abrazábamos le decía que era mi amiga “chiquita”. Y nos abrazábamos muy fuerte. Y no con todas las amigas puede uno demostrar afecto físico, pero con Sandy se podía.

Varias veces pude maquillarla y esos inmensos ojos celestes se topaban con los míos y era como ver el cielo. Con Sandy tuve conversaciones tan trascendentales sobre porqué estábamos aquí, porque nos pasaban las cosas, porque nada era mera coincidencia.

Nuestras hijas se amaron, y cuando ya no quisieron ser más amiguitas, a ambas nos dolió tantísimo, pero a pesar de las diferencias y los desencuentros, prevaleció nuestra amistad y pudimos enmendar lo sucedido. Porque eso hacen las amigas cuando el amor es genuino. Se arreglan y siguen adelante.

¿Cuándo empezamos a morirnos? ¿Cuándo empiezan a faltar las personas con quienes construimos tantas conversaciones, experiencias y anécdotas? Y en el imaginario de quien parte, ¿también se va un pedacito nuestro? Yo me pregunto si Sandy se llevó los mismos recuerdos que hoy están pasando atropellados por mi cabeza y mi pecho.

Hoy mi corazón está partido en dos. La última vez que chateamos fue para diciembre. En febrero le mandé una tarjetita por el Día de la Amistad, pero no me contestó. Hasta hoy me enteré que ya tenía varios meses de estar malita, que el maldito cáncer la había tomado completa.

Tenía muchísimos meses de no llorar. Los anti-depresivos me “suprimen” las emociones de cierta manera. No he podido parar de llorar desde que conversé con Pati. Sandy nos deja un enorme vacío. Se fue y quedan su alma gemela, Carlos, y sus tres tesoros Eric, Adam y Jessica.

Aquí la recordaremos por su bondad, su don de gentes, su risa contagiosa, su inmensos ojos celestes, su impresionante habilidad para sortear los cambios y enfrentar las dificultades.

Te querré por siempre, mi amiga chiquita.


Esther Lev Schtirbu
Comunicadora&Bloguera
Fotógrafa&Maquillista


FB: Los Fabulosos 30+
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CUANDO SOBRAN LA PALABRAS

Ayer fue un día muy especial. Recibimos de nuestros hijos una increíble lección de amor.

Hace unos ocho meses decidimos ser “padrinos” de un chiquillo de la Fundación Lifting Hands, por petición explícita de Ian, nuestro hijo mayor.

Ian había sugerido como proyecto comunitario en su grado recolectar fondos para pintar parte de la casa donde se ubica Lifting Hands. Conocía la iniciativa porque mi primer Sit-Down Comedy había sido a beneficio de la organización.

Ese día que fueron a pintar, Ian conoció a Bryan, un chico un par de años mayor que él, con una discapacidad auditiva severa, que a su vez le impedía hablar. Hicieron química inmediatamente, jugaron fútbol y a su manera lograron comunicarse con fluidez.

Ian regresó esa tarde del colegio profundamente conmovido. Por primera vez, a sus 12 años, entendía la realidad de los niños y niñas de zonas urbano-marginales, esos que tantas veces le mencioné en los sermones que nada de gracia le hacen...

Bryan llegó hace año y medio desde Nicaragua, con su mamá y hermanitas y se instalaron en el Bajo de Los Anonos. Para entonces tenía trece años y no sabía ni leer, ni escribir, y nunca había estado en contacto con el lenguaje de señas.

Hoy a sus 15 años es un chiquillo altísimo y guapísimo, con una sonrisa de esas que le iluminan a uno el día. En Lifting Hands está aprendiendo el lenguaje Lesco y poco a poco las letras le están permitiendo leer y escribir. Practica karate, le fascinan los juegos de mesa y le encanta cocinar.

Desde que empezamos el patrocinio no habíamos salido con Bryan. Estuvimos en la fiesta de Navidad y luego nos enredamos con mil excusas... Yo en lo particular no sabía cómo manejar la idea de salir con él; ¿cómo nos comunicaríamos?, ¿cómo transcurriría la tarde? ¿cómo se sentirían mis hijos?

Ayer fue un día muy especial. Recibimos de nuestros hijos una increíble lección de amor.

Desde el momento que recogimos a Bryan en su barrio, su presencia iluminó nuestro entorno. Ian y Juli no podían de la contentera. Estaban tan felices con la idea que desde el viernes no paraban de hablar del tema.

Fuimos a brincar y a comer pizza. Pasamos tres horas preciosas en donde los chicos nunca se sintieron incómodos o extrañados. Se comunicaron sin ningún problema, se rieron en paleta, brincaron hasta terminar rendidos y comieron pizza con el mayor de los gustos.

Cuando las palabras dejan de ser tan importantes o necesarias permea el amor, la creatividad, la empatía y la camaradería. Ayer esos tres chicos la pasaron tan bien, que en ningún momento sintieron que entre ellos había algún obstáculo o diferencia. Ninguna.

Dejamos a Bryan en la entrada que conduce a los infinitos pasillos de Bajo de Los Anonos, con ganas de verlo muy pronto.

Mis hijos me demostraron que las palabras sobran cuando queremos acercarnos a una persona y de alguna manera cambiar su vida. Ayer empezó una relación que espero se extienda a través del tiempo, que podamos ayudar a Bryan a alcanzar sus sueños por medio de este patrocinio y que nos permita ser parte activa de su vida.

¡Gracias Diana y Mariola por la oportunidad tan maravillosa de ser los padrinos de Bryan!

¡Acérquense a Lifting Hands y patrocinen un niñ@!

Es una experiencia transformadora.

Esther Lev Schtirbu
Comunicadora&Bloguera
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ESTE AGOSTO

Este agosto es especial. No porque los anteriores no lo hayan sido, sino porque en nuestra familia celebramos el Bar-Mitzvah de nuestro hijo Ian.

La Bar-Mitzvah se celebra cuando un niño judío cumple 13 años y la frase se traduce como “Hijo de los Mandamientos”, es decir, que el chico se vuelve responsable de cumplir los mandamientos (Mitzvot) de la Torá. El propósito de las Mitzvot es mantener nuestras vidas enfocadas en lo que es realmente importante: la familia, la comunidad y una relación con D-os.

Nos encantan nuestras tradiciones y les hemos inculcado a nuestros hijos el respeto tanto por su religión, como por todas las demás que conforman su contexto. Mis hijos se enorgullecen de sus raíces y disfrutan de compartir lo que hasta ahora conocen del Judaísmo con sus amiguitos de otras religiones.

Debo confesar que cuando empecé a planear la celebración estaba un poco renuente a todo lo que implicaba; organizar actividades con tantos detalles no es lo mío. Mi déficit atencional no me permite enfocarme y no sé cómo saldrá todo, siempre siento que algo me faltó por hacer...

Sin embargo, con el pasar de los meses empecé a ilusionarme muchísimo porque al fin y al cabo pocas veces se logra reunir a tanta gente querida de una sola vez.

Ian se ha preparado con gran esmero para este domingo. Ha tenido que aprender a rezar en hebreo cuando nunca antes lo había hecho. Gracias a su buen oído musical se ha memorizado todas las melodías del rezo y canta día y noche, ¡al punto que hay que pedirle un rato de silencio!

Gracias a esta celebración hemos podido reunirnos y disfrutar de la familia que vive lejos, y tenerlos aquí unos días nos llena de inmensas alegrías. Ha sido también la excusa perfecta para enmendar algunos caminos que estaban chuecos y dejar el pasado atrás.

Este agosto recuerdo intensamente a mis padres, y en especial a mi papá que hubiera estado tan feliz de ver a su nieto hacer su Bar-Mitzvah. Creo que necesito darme un buen majonazo en el dedo chiquito de alguno de los pies para llorar todo lo que tenga que llorar antes de la ceremonia y no poner a nadie en ridículo...

La vida nos premia en esta ocasión con la posibilidad de festejar la vida de Ian, el verlo convertirse en hombrecito, el llegar a sus ‘teens’ con una chispa que nos saca carcajadas todo el tiempo, asumiendo retos que el solito se propone y entendiendo que sus acciones a partir de ahora tendrán una importancia y un peso muy distintos.

Este agosto nos ha permitido recapitular y ver hacia atrás. Muchas veces nos topamos con obstáculos, en ocasiones la cosa se ha puesto cuesta arriba, pero cuando vemos a Ian y a Juli convertidos en niños tan felices y entusiastas sabemos -sin duda alguna- que la vida nos ha bendecido a chorros.

Espero no tener cara de loca el domingo, que todo salga como lo imagino y que todos los invitados disfruten tanto de la celebración como nosotros de tenerlos allí acompañándonos.

Esther Lev Schtirbu
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HACE AÑO Y MEDIO

Hace año y medio no daba un cinco por mí misma. Era solo la sombra de la Esther que normalmente reconocía, y ya no me quería sentir más así. Un acumulado de enredos familiares me habían sumido en una depresión silenciosa, pero no quería leer los síntomas por orgullo, por temor, por el qué dirán.

Ya había tenido una depresión post-parto bravísima con mi segundo embarazo, pero como pasaron casi 10 años, no lo relacioné, y pensé que sería algo pasajero. Que se iría con el tiempo.

Hasta que un día me levanté con ganas de desaparecer. No quería morirme, solo desaparecer, hacerme invisible, no enterarme de nada. Fue cuando me di cuenta que estaba tocando fondo...

Hace año y medio empecé a tomar anti-depresivos y hay un antes y después en mi vida a partir de esa decisión.

Hoy reconozco a la Esther que pensé se había ido para siempre. La energía, la alegría, el sentido del humor, las ganas de ponerme guapa y la gratitud volvieron a mí.

Con mi “happy pill” también vinieron otros beneficios: ya no me quedo pegada en los pensamientos negativos, me enojo mucho, mucho menos, tengo proyectos nuevamente en mi cabeza, estoy más enfocada ¡y duermo como nunca antes en mi vida!

Hay mucho estigma alrededor de los anti-depresivos. Que solo los toman “los locos”, que te anulan, que tienen un millón de efectos secundarios, que andas como zombie por las calles. Pues no. Es cuestión de encontrar la fórmula adecuada para uno.

Puedo decirles que a mí me cambió la vida, tanto así que me lamento haberlos dejado hace diez años; creo me hubiera ahorrado muchos dolores de corazón y de cabeza estando medicada. Más dejar ir y menos tragedia.

En estos tiempos donde se escuchan tantas noticias sobre gente gravemente deprimida, que incluso llegan a suicidarse, solo puedo decirles una cosa: vayan al médico, conversen con total honestidad sobre sus emociones y sensaciones (la depresión no es sólo mental, te afecta físicamente también) y si deben tomar medicamentos ¡Háganlo!

No solo se sentirán mejor ustedes, pero todo su entorno también lo agradecerá.

*Ahora me peino y me pinto la trompa muy colorada porque soy feliz. ¡Esa es mi manifestación de lo bien que me siento!

¡Salud!

Esther Lev Schtirbu
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